¿A riesgo y ventura?…Más bien, a desventura
Ignorábamos completamente, en las fechas de nuestro último artículo, cómo iban a desarrollarse los acontecimientos.
Ahora, en los últimos días del año 2021, nos encontramos con que hemos sufrido -aún lo estamos- seis olas de este maldito virus, que los precios de los transportes, de la electricidad, de los alimentos, de los componentes necesarios para la fabricación de muchos otros productos, de las materias primas, y de un largo etcétera, no han parado de subir. Sin embargo, miles de empresas no han podido superar el cierre de sus establecimientos, la falta de pedidos, la escasez de suministros o los gastos de personal. Tampoco, por consiguiente, lo están teniendo fácil las familias porque esto es -no hay que darle más vueltas- el efecto dominó.
En lo que a la compra pública respecta, se han anulado licitaciones, en ocasiones incluso con garantías definitivas depositadas, porque los organismos no han podido realizar aquellos proyectos que tenían presupuestados. El engorro de los procedimientos administrativos ha sido un calvario para las empresas en esa situación, puesto que han tenido mil trabas para recuperar sus avales en vez de haber recibido el máximo de facilidades para enmendar cuanto antes el desaguisado.
Nos preguntamos ahora, ¿qué horizonte hay para las empresas?. En cuanto al mercado público, queremos decir. ¿Qué empresa va a arriesgarse a mantener sus precios ofertados durante los meses, si no años, que suponen el plazo de ejecución de los contratos públicos?. La frasecita dichosa que aparece en los pliegos de las licitaciones «se ejecutará a riesgo y ventura del adjudicatario» que parece más bien un corta-y-pega sin intencionalidad real, aparece ahora en negrita y subrayado en la realidad de los adjudicatarios puesto que, a pesar de que NADIE en el mundo iba a imaginar ni en la peor de sus pesadillas que esta situación de desastre global podría ocurrir, las distintas administraciones se agarran ahora a esta frase, repitiéndola como un mantra, para obligar a las empresas a que asuman todos los gastos extraordinarios que se han sucedido, unos tras otros, como consecuencia de la pandemia mundial.
¿De verdad queremos que las empresas sigan arriesgando su solvencia y su supervivencia? Analicemos el perjuicio que podría suponer la desaparición de determinado tejido empresarial absolutamente necesario en el mercado público. Esta situación les supone tal indefensión ante la administración que éstas deberían reflexionar sobre los posibles mecanismos que podrían activarse para intentar compensar -al menos en parte- los enormes sacrificios que están asumiendo los licitadores. Lo del mercado colaborativo, lo público-privado y todas esas grandilocuentes expresiones que han llenado titulares en los últimos años deberían ser ahora de verdad una realidad. Colaboremos, ayudémonos, comprendamos las necesidades y peculiaridades de empresa y sector público. Si lo hacemos así, ganaremos todos.
¿Quién nos iba a decir que el tsunami de marzo de 2020 iba a provocar seis devastadoras olas?. Si no son siete….